Por este manifiesto y para que se consigne,
declaro con solemnidad y con mucho regocijo, he pecado. No es para el aplauso mucho
menos para el monumento, ha sido un placer faltar a la norma.
Con esto, no se crea nadie que he renegado de
mis pocas creencias religiosas, las
cuales me fueron inculcadas con muchísima paciencia por parte de las hermanas
de la Compañía Santa Teresa de Jesús, con el aval doctrinario del recordado y
querido padre Teodoro Waller, por si esto fuera poco hizo también lo suyo el
poder coercitivo de las sabias palabras de mis Padres: sino le haces caso al
Cura y a las Hermanitas, no vas al campito.
Es el
Viernes Santo tiempo de abstinencia de carne, fecha indicada por conciencia y
por norma establecida en el Código de Derecho Canónico; esta compilación
legislativa obliga a dar fiel observancia de lo
establecido y no deja lugar a dudas, la cual me abarca en todo los sentidos. Actúa
como agravante en mi causa, el conocimiento de la temática que nos ocupa, el
alcance del precepto y las consecuencias al desviar mi conducta; constan en mi legajo
el haber escrito en este Semanario hace muy poco una serie sobre la gastronomía
relacionada al tiempo cuaresmal.
Como peregrinos transitamos en este mundo en
busca de un mejor ideal y por aquello de que el camino al cielo esta plagado de
piedras, fui puesto a prueba. El diablo tiene su poder, se mimetiza en otros
seres, busca engañar a incautos o no. En mi caso, el cordero deshuesado puesto
en la heladera era una prueba. Así me fue.
En los descargos digo, el hijo de la oveja
fue bien alimentado merced a la pradera nacional, es seguro tuvo una vida
feliz, sin mayores distancias que recorrer, su fibra muscular era delicada, fue
ofrecido en sacrificio al frigorífico San Jacinto quienes lo manejaron con profesionalidad, lo
deshuesaron con maestría y llegó a mis manos gracias a la bondad de una firma
amiga. Débil es uno y aunque mi conocimiento auscultó el bien y el mal, se
inclinó por este último.
Llevó descongelar la pieza en la heladera
algo más de 24 horas y una vez completo este trabajo, abrí el trozo, le hice
otros cortes para facilitar aun más el despliegue proteíco. En una sartén con
aceite de oliva doré a fuego suave, dos cebollas medianas cortadas en finas
láminas, una vez alcanzado el punto dorado, se
reservaron mientras se enfriaba. La carne fue salada y pimentada con
mimo. Fue cubierta por 200 gramos de fetas del mejor jamón lomito ahumado nacional,
quedando esta sepultada por la capa de cebolla. Un trozo del autóctono queso
Dambo se ubicó en el medio y con mucho cuidado se procedió a enrollar. Até con
mucho hilo ese nuevo objeto, remedando su forma original, teniendo la
precaución, el relleno debía quedar en el interior. Salpimenté la parte externa
y en una parrilla con buena brasa se dispuso por dos horas y medias, con la cautela de rotar lo preparado cada 15 minutos. Ya
puesto a pecar, que no falte nada, ensaladas varias fueron sus guarniciones
bendecidas por el aceite de oliva extra virgen. Como abreboca actuaron varias menudencias
a las brasas de la sacrosanta vaca nacional, todo lo cual fue enlace a un
excelente Cabernet Franc de la vid uruguaya. Ofrezco esta receta como prueba y
he de advertir que la misma crea hábito, lleva a una gloria temporaria, es
seguro se ganará el merecido: “aplauso para el asador”.
Por lo expuesto, me reconozco pecador, he
actuado con predeterminación y alevosía, y a la justa consideración de mis males
me expongo. Como penitencia y para redimirme prometo volver a la causa del bien
y solo cocinar recetas con bacalao los próximos viernes de Semana Santa, de
cuya prueba aquí daré muestras. A la
benevolencia divina me entrego.
Digo esto para que se publique y propale por
la población, en conocimiento de las santas escrituras y de legislación
concordante, bajo apercibimiento, en esta Villa y no Corte de la Muy Fiel y
Reconquistadora Ciudad en los primeros días del mes de abril del año de nuestro
Señor. He dicho.-
Publicado en Semanario Entrega 2000, sección Las Recetas de Marcos
Ruella en abril del 2007.