sábado, 6 de abril de 2013

LA VIEJA PARRA





En cualquier transacción comercial de un inmueble nadie da un cobre por ella, los vendedores la ignoran olímpicamente. En ese negocio tiene importancia la ubicación del bien, la disposición de la casa y sus habitaciones, el barrio, sus accesos, lo tangible. Aunque es una estructura visible, nadie le presta atención.
   Podrá ser un accesorio de costo desechable aunque si la escuchamos con atención mucho nos dice. Hay mil historias, anécdotas, alegrías y tristezas, como aquella vez…
   Cuando las uvas estaban pintonas Jaime mi suegro, un domingo hacía vino y en mi condición de novio ayudaba. Se cortaba la fruta, se pisaba, se pasaba a un tanque de dolmenit y a ojo el dueño de casa le echaba azúcar. La cuba permanecía en un viejo galpón de hormigón, por lo tanto el mosto fermentaba a temperatura inadecuada. A su tiempo se lavaban las botellas, se trasegaba el jugo fermentado, muchos de estos recipientes se exponían al sol. Eso técnicamente ¿era vino? No importa, era natural, no tenía químicos y lo habíamos hecho entre nosotros, claro tenia mil defectos. Eso no era lo peor, invitábamos a los amigos y la cara al primer sorbo lo decía todo. Como fuera estábamos convencidos nuestros caldos eran los mejores y no salían perfectos por no disponer de barricas. Esto duró varios años, seis para ser más exactos hasta que me casé y pegué el grito de Ipiranga. ¿Jaime quiere tomar vino? Pues a partir de ahora lo vamos a comprar. Y así fue, en los almuerzos domingueros la selección quedó a mi cargo. Las botellas, el tanque, los caños quedaron guardados, a veces los encuentro y me da pena desprenderme de ellos.
   Los parrales son los últimos vestigios de otros tiempos. En aquellas viejas casas con amplio terreno donde se encontraban frutales, quinta y gallinero se elaboraba de todo: conservas, salsas y vino. El tiempo pasó, nuestros Viejos se hicieron mayores, al igual que los árboles, los que paulatinamente se cortaron, se faenaron las gallinas y los almácigos fueron tapados por el césped que hoy luce bien cortado. Muchos hijos construyeron en el fondo del fondo, su casa y el espacio se achicó, la parra se salvó. Soportó temporales, como en el 2005, malos podadores que mutilan en el menguante de agosto, hormigas, no requiere riego con que llueva alcanza y no precisa de curaciones.
   En ella mi Suegro colgó una hamaca luego de fabricarla, para mecer a su nieta y de ahí la niña se cayó. Un yeso arregló la pequeña fisura y acá no pasó nada.
   Bajo ella cenamos en verano y en la fiesta de fin año cuando viene toda la familia, hubo además mil reuniones siempre celebrando. Nuestros mayores matearon ahí al descansar después de la jornada laboral; en mi casa paterna se hacía la picada previa al asado dominguero bajo aquel techo de uvas blancas semillona de grano chico, la chinche o frutilla y una moscatel que se vivía apestando. Mi progenitor en su condición de herrero fue comprando en remates, sólidos hierros con el cual armó un parral alto por que así debía ser para un buen desarrollo de las plantas. A diferencia de la casa natal de mi Señora, donde es baja; no importa en las dos y en todas la sombra es impagable. Se disfruta. En el desayuno, leyendo en días de calor o en la siesta del domingo en la hamaca de jardín en seguida de un rico asado.
  Hoy, tengo mucha uva. Los abuelos de mi esposa habrían producido su “vishnik”, esto es introducían granos de uva en una damajuana y le sumaban azúcar, cubrían el pico con gasa y dejaban fermentar; al cabo de unos días filtraban y ese licor se bebía como vino ritual en las grandes celebraciones judías. Ahora mi Señora e Hija hicieron Humentash. Con Hernan cortamos y la regalamos a los vecinos de la cuadra, a los conocidos de toda la vida y a los nuevos; aún así tengo mucha fruta ¿Qué hago con ella? Justo cuando mi Madre me comenta: - no sabes el dulce de uva que hizo Aldo. Aldo Justet es un vecino doloreño, a semejanza de un familiar, el primero en ayudar, presto al mandado, al consejo oportuno, como un boy scout; siempre atento. - ¿Y tenés la receta? le respondo, claro. Aquí expongo la fórmula del amigo:
DULCE DE UVA
Ingredientes: uvas, 700 gramos de azúcar por kilo de hollejo y jugo obtenido de la parte interior de la fruta.
Preparación: se lava la fruta y se separan los granos sacando los hollejos de cada grano, guardándolos. Se hierve la parte interior de la uva hasta que las semillas se separen bien. Se cuela y al jugo se le agregan los hollejos. Se hierven jugo y hollejos hasta que estén tiernos. Se agrega el azúcar y se dejar hervir hasta que quede a punto








viernes, 4 de enero de 2013

UN CACHITO DE DELICIOSA NOSTALGIA

   Hoy, en mi casilla de correo, una bella dama y mejor madre me envió un email con el texto que líneas abajo cuelgo. No sabemos quien lo redactó y seguro tiene mas de 50 años, su ubicación geográfica, menos donde lo publicó como original; con esta salvedad ante la imposibilidad de hacer justicia con el nombre del autor, lo cuelgo en este blog.
   Habla de un tiempo que pasó, de la cocina, de su entorno, de la vida. Esta muy bueno, espero lo disfruten.
   ¿se identifican en algo?


   "No hace tanto tiempo que ......cocinábamos en un primus.
   ¿Cómo te voy a explicar? Un primus era como una cocina chiquita que se prendía con un fósforo. No. Era como una garrafita que... no, tampoco... ¿cómo te explico?...tenía tres patas ¿no?... un depósito... un depósito que siempre brillaba.
   Te lo juro, ni en la casa más humilde los primus dejaban de brillar. Los hacíamos brillar a Brasso partido. Pero por las dudas, empecemos por el principio: ¡Atenti! No te estoy diciendo que fuera más rápido, más limpio, ni más seguro que un microondas.
   Es más... tampoco tenés que interpretar que te estoy diciendo que todo tiempo pasado fue mejor, ni trato de venderte un tranvía. Lo que te digo es que cuando me acuerdo del primus me viene como una cosquilla en la barriga. Porque tu vinculación con el microondas comienza un segundo antes de empezar a cocinar y termina un segundo después del sonido de la campanita. En todo caso tu vinculación sigue un poco más si te quedan cuotas para pagar.
   Con el primus la historia arrancaba cuando lo levantábamos y lo sacudíamos para saber cuanto combustible le quedaba.
--¡Está casi vacío mamá! Apenas se escucha un ruidito.
   Precisábamos por lo menos media hora más porque teníamos que buscar la botella de vidrio que papá guardaba lejos de las otras botellas para evitar la confusión, la libreta, el trompo y las bolitas -por las dudas-, el bolso y recién después emprendíamos el largo viaje hasta el lejano almacén de la esquina.
   A vos por ejemplo, nunca te ví yendo al Súper a comprar kilovatios para el microondas. Camino al almacén era imposible saltearse la esquina donde los gurises jugaban un picado. Así que el bolso quedaba esperando sin muchos nervios paradito atrás de un arco, de un árbol, a resguardo de algún patadura. Un tiro libre, una atajada, un pase de gol y al almacén, donde Don Luis nos preguntaba por mamá, por papá, por el abuelo que hacía seis días que no veía y nos recordaba los dos goles de Spencer del domingo.
--Dos-go-la-zos-decía, como si Solé se los hubiera mostrado por televisión, y nos cargaba de cuentos, de saludos y de querosene que sacaba de un tanque con canilla. Se limpiaba con una estopa, un trapo, un papel de astraza (en ese orden) manoteaba un par de caramelos de los bollones de vidrio.
--¿De cuál querés la yapa?
--De los envueltos, Don Luis, de los que tienen papelitos.
   A la vuelta perdíamos alguna bolita o hacíamos zumbar un trompo y llegábamos justo cuando mamá salía a ver qué pasaba que demorábamos tanto.
--Estaba lleno, mamá.
--¿Y por qué estás transpirando?
--Porque vine corriendo para no demorarme.
¡Y prenderlo! ¡Prender el primus! ¡Todo un ritual!
Ponerlo en el fogón después de cargarlo y descubrir que...
--Mamá, no encuentro los fósforos.
--Pedile a Doña Luisa; que si volvés al almacén cocino de tarde. Pará...llevale esta rosca, decile que la hice en el horno a leña.
Y otra conversación que generaba el primus.
--Doña Luisa, dice mamá si no le presta una caja de fósforos que se la devuelve más tarde.
--¿Cómo está tu hermano? ¿Se le pasó la fiebre? Llevale a tu madre esta manzanilla y para vos tengo una revista de Tarzán. Andá que te está llamando.
   Después...ponerle alcohol con la alcuza y con cuidado, justo hasta el borde para que no se derramara ni una sola gota porque era peligroso que se prendiera fuego. !Qué extraño! No nos dejaban tocar nada que tuviera un cable pero nos mandaban a prender el primus.
   Lo que todavía no consigo entender es cómo era que poníamos más alcohol del que cabía. Si mirábamos el nivel de líquido azul siempre parecía que estaba a punto de volcarse. ¡Prenderlo y esperar a que se consumiera! Distraerse haciendo algo pero no mucho, como los malabaristas chinos de los circos que esperan hasta último momento que el plato deje de girar y justito, justito, cuando parece que se va a caer, cuando parece que se va a apagar ...cerrar la válvula y darle bomba. Teníamos un reloj interior que nos avisaba en qué momento teníamos que hacerlo. Y le dábamos bomba.
   ¿Bomba? Tenías que ... eeeh...te explico...con la mano izquierda lo sostenías para que no se moviera, con la derecha agarrabas la varilla de la bomba entre los dedos índice y mayor y lo impulsabas con el pulgar. Una, dos, tres veces hasta que la presión era suficiente para que roncara con fuerza y apareciera esa llama poderosa capaz de hacer un guiso calentando de afuera hacia adentro, que era la única manera de calentar las cosas en esos tiempos.
   Al costado descansaba la caja de fósforos Victoria que abríamos tirando de una orejita de cartón, levantábamos una tapita y ahí aparecían los pequeños fósforos con polleras de papel encerado que hacíamos bailar cabeza con cabeza. Mi padre la convertiría después en la más masculina lima de uñas. Junto a ella, como tres flaquísimos soldados, en un sobrecito de papel azul aguardaban alertas las agujas de lata, por si se tapaba algún oído.
   Cada tanto había que darle bomba para que no se achicara la llama y cuando se terminaba de cocinar lo apagábamos en el patio abriéndole la válvula para que en la casa sólo quedara olor a comida.
--Si sobró algo de puchero voy por ahí-- decía en broma el vecino del fondo cuando nos veía apagarlo.
--¿Cómo te fue con el mapa que te ayudé a hacer?--Me saqué un sote Don Julio.
--Nos sacamos un sote-- decía el vecino y seguía regando las tomateras.
   Sí... tal vez nos sobraba el tiempo y no sabíamos qué hacer con él.
   Lo más probable es que hoy se cocine más limpio, más seguro y más rápido. Lo más probable es que hoy la vida sea más limpia, más segura y más rápida. Pero... lo que te puedo asegurar es que entre el primus y el microondas había por lo menos tres conversaciones, un mapa, un par de goles, una revista de Tarzán, un fiado, una manzanilla, dos caramelos,una rosca casera y todo un barrio de diferencia.
¡Se me durmió en el sillón! ¡Qué raro, dormirse cuando le estoy contando estos cuentos tan interesantes"



,