En una
intersección doloreña, había en la década del 70, dos cosas interesantes. La
carnicería y chacinería de Seco y el Club Nacional de Futbol. Me refiero al
cruce de las calles Asencio y San José (actualmente Carlos María Solari). Punto
de confluencia del barrio, algo menos de la ciudad.
Hacia el tricolor lo conduzco. Por ese
tiempo, estas instituciones nucleaban a las familias. Su sede ocupaba toda la
esquina, con tres puertas de acceso. Una de ellas, por Asencio, daba a la
cancha de básquet –a la que se le hizo mejoras, en paredes, piso e
iluminación–. En las tardecitas acudíamos a las formativas y al entrenamiento del
equipo. En las noches veraniegas se disputaba el campeonato. Siempre el calor
era la constante. Por la ochava se accedía al salón principal, lleno de mesas
sociales, fotos de planteles, una vitrina con muchos trofeos y algunas camisetas
históricas. El bar tenía entrada directa desde San José. Para entretenimiento
era de estilo contar con billar –vedado a los menores–, un futbolito y mesa de
carolina, variante de lo que luego se denominará “pool”. Lindante, había una
pieza de ingreso restringido, depósito transitorio y lugar de reunión de la
directiva.
Por otra parte, tenía planteles de futbol,
en primera y en baby. Su cancha de práctica situada en calle Rivera, cerca de
la escuela 97 y pegado a la chacra de ¿Slavica? Convengamos, era un gran campo
con líneas demarcadas, pintadas a la cal, bastante difusas. Algunos tablones como
asientos, dos arcos de medidas reglamentarias y el pasto, su altura era toda
una cuestión. Dependía de la actividad que se llevara a cabo, del caballo o
caballos de los vecinos que pastaban y de las lluvias. Por lo tanto, muy alto
–se perdían hasta los bancos– o muy corto, con la consiguiente polvareda.
Volvamos a la sede.
Para beneficio se preparaban comidas:
busecas, ravioladas y guisos era lo habitual en época de fríos. También asado
con cuero: infaltable el del 1 de mayo, aniversario de la institución. Había
sido fundada en 1940. La vaca era donación de algún socio rural, la posterior
carneada a cargo de miembros de la directiva y colaboradores. Los dirigía y
actuaba de asador, uno al que apodaban “el Manco” de apellido Vique. Y hacía
honor al nombre, no recuerdo si por su condición física, seguro, por el buen
hacer al momento de manejar las brasas. Su presencia al frente de los fogones,
ya que se lo contrataba, era garantía de éxito.
Respecto a este apelativo, a nivel popular,
en nuestro país, cuando alguien se destaca en la cocina o en otros oficios, es
hábil, se lo suele calificar así. ¿Por asimilación al Manco de Lepanto? ¿Juegan
con el contrasentido? No lo sé.
Con respecto al copetín, una fauna
variopinta eran los asiduos. No creo que muchos fueran socios. Que hincaban el
codo, no hay duda.
Los menores eran mal vistos. Solo accedían a
los juegos de salón: futbolito o carolina o para tomar agua, al momento de la práctica,
de las inferiores del cuadro de baloncesto.
Como todo en la vida, de tanto en tanto,
burlaba esa prohibición no escrita. En mi casa paterna, al igual que en la de
los vecinos, el presupuesto era corto para gastos en bebidas destiladas. Cada
cierto tiempo, cuando había disponibilidad, se compraba una botella de
Espinillar o grapa Ancap. Esta se cortaba con limón o miel, reservada a las
visitas. Entonces para paliar la carencia, en la picada de los domingos, previa
al asado, mi viejo me daba unos pesos, un vaso y el encargue. El cantinero de
Nacional lo sabía. Servía una o dos medidas “lloronas” de Espinillar o caña
cortada las que volvían a casa en mis manos temblorosas.
“Pibe, no te la vayas a tomar que tu viejo
te levanta en la pata”, era alguna de las chanzas de los tertulianos acodados.
Lo verdaderamente rico, era otra cosa.
Caminaba solo dos cuadras hasta mi domicilio
y los vapores embriagantes del vaso, me transportaban en aquella infancia hacia
otras realidades. El anhelo por llegar al mundo de los grandes, el disfrute de
un copetín en familia, con amigos y recrear esa vida en varias Entregas.
Publicado, con algunas modificaciones,
en el Semanario Entrega 2000, sección Las recetas de Marcos
Ruella, el 23 de septiembre de 2016.
Avda Grito de Asencio y Carlos M. Solari, Dolores, Dpto de Soriano
Esquina donde estuvo ubicada la sede del Club Nacional de Futbol