domingo, 18 de mayo de 2025

 

LA VIEJA PARRA

 

   En cualquier transacción comercial de un inmueble nadie da un cobre por ella, los vendedores la ignoran olímpicamente. En ese negocio tiene importancia la ubicación del bien, la disposición de la casa, sus habitaciones, el barrio, sus accesos, lo tangible. Aunque es una estructura visible, nadie le presta atención.

   Podrá ser un accesorio de costo desechable, aunque si la escuchamos con atención mucho nos dice. Hay mil historias, anécdotas, alegrías y tristezas, como aquella vez…

   Cuando las uvas estaban pintonas Jaime mi suegro, un domingo hacía vino y en mi condición de novio ayudaba. Se cortaba la fruta, se pisaba, se pasaba a un tanque de dolmenit y a ojo el dueño de casa le echaba azúcar. La cuba permanecía en un viejo galpón de hormigón, por lo tanto, el mosto fermentaba a temperatura inadecuada. A su tiempo se lavaban las botellas, se trasegaba el jugo fermentado, muchos de estos recipientes se exponían al sol. Eso técnicamente ¿era vino? No importa, era natural, no tenía químicos y lo habíamos hecho entre nosotros, claro tenía mil defectos. No era lo peor, invitábamos a los amigos y la cara al primer sorbo lo decía todo. Como fuera estábamos convencidos: nuestros caldos eran los mejores y no salían perfectos por no disponer de barricas. Esto duró varios años, seis para ser más exactos hasta que me casé y pegué el Grito de Asencio. ¿Jaime quiere tomar vino? Pues a partir de ahora lo vamos a comprar. Y así fue, en los almuerzos domingueros la selección quedó a mi cargo. Las botellas, el tanque, los caños quedaron guardados, a veces los encuentro y me da pena desprenderme de ellos.

   Los parrales son los últimos vestigios de otros tiempos. En aquellas viejas casas con amplio terreno donde se encontraban frutales, quinta y gallinero se elaboraba de todo: conservas, salsas y vino. El tiempo pasó, nuestros Viejos se hicieron mayores, al igual que los árboles, los que paulatinamente se cortaron, se faenaron las gallinas y los almácigos fueron tapados por el césped que hoy luce bien cortado. Muchos hijos construyeron en el fondo, su casa y el espacio se achicó, la parra se salvó. Soportó temporales, como en el 2005, malos podadores que mutilan en el menguante de agosto, las hormigas, no requiere riego con que llueva alcanza y no precisa de curaciones.

   En ella mi Suegro colgó una hamaca luego de fabricarla, para mecer a su nieta y de ahí la niña se cayó. Un yeso arregló la pequeña fisura y acá no pasó nada.

   Bajo ella cenamos en verano y en la fiesta de fin año cuando viene toda la familia, hubo además mil reuniones siempre celebrando. Nuestros mayores matearon ahí al descansar después de la jornada laboral; en mi casa paterna se hacía la picada previa al asado dominguero bajo aquel techo de uvas blancas “semillona” de grano chico, la chinche o frutilla y moscatel que se vivía apestando. Mi progenitor en su condición de herrero fue comprando en remates, sólidos hierros con el cual armó un parral alto porque así debía ser para un buen desarrollo de las plantas. A diferencia de la casa natal de mi Señora, donde es baja; no importa, la sombra es impagable. Se disfruta. En el desayuno, leyendo en días de calor o en la siesta del domingo en la hamaca de jardín en seguida de un rico asado. De hecho, esta columna fue redactada ahí.

  Hoy, tengo mucha uva. Los abuelos de mi esposa habrían producido su “vishnik”, esto es introducían granos de uva en damajuanas y le sumaban azúcar, cubrían el pico con gasa y dejaban fermentar; al cabo de unos días filtraban y ese licor se bebía como vino ritual en las grandes celebraciones judías.

   Originalmente el vishnik en la Europa del Norte se hace a partir de cerezas, pero en Uruguay, se adaptó y tomó lo que abundaba: uva.

 

 

   Ahora mi Señora e Hija hicieron Humentash u Orejas de Haman.  Con Hernan cortamos y la regalamos a los vecinos de la cuadra, a los conocidos de toda la vida y a los nuevos; aun así, tengo mucha fruta

   Esto pasó hace unos años. ¿Qué hago con ellas? Justo cuando mi Madre me comenta: - no sabes el dulce de uva que hizo Aldo. Aldo Justet es un vecino doloreño, a semejanza de un familiar, el primero en ayudar, presto al mandado, al consejo oportuno, como un boy scout; siempre atento. - ¿Y tenés la receta? le respondo, claro. Aquí expongo la fórmula del amigo:

 

DULCE DE UVA

 

Ingredientes: uvas, 700 gramos de azúcar por kilo de hollejo, pulpa y jugo de la fruta.

Preparación: se lava la fruta y se separan los granos sacando los hollejos de cada grano, guardándolos. Se hierve la parte interior de la uva hasta que las semillas se separen bien. Se cuela y al jugo se le agregan los hollejos. Se hierven jugo y hollejos hasta que estén tiernos. Se agrega el azúcar y se dejar hervir hasta que quede a punto. Luego se guardará en frascos y se pasteuriza. Que se disfrute.

 

 

Columna emitida en el programa Abrazo País, CX 4 Radio Rural, el 27 de enero de 2024, originalmente de Las Recetas de Marcos Ruella, Semanario Entrega 2000.