GUISO CON GRAPA
La
oficina era un gran ambiente dividido al medio por un panel de madera y vidrio.
La de atención al público tenía ingreso por una puerta ubicada al lado del
acceso Yacaré del puerto de Montevideo. Atendida siempre por un jefe eterno, el
Tuerto junto a un encargado de turno, un oficinista y algún funcionario
haciendo tareas de apoyo. En la otra habitación los funcionarios anotaban
operaciones aduaneras en unos libros más anchos que altos y ahí, en un rincón
habían improvisado cocina. El turno matutino ingresaba a las 0700 hs, el
vespertino a las 1300 hs, con la función de dar custodia a bienes en tránsito. La
mayor operativa era la carga destinada a Zona Franca de Colonia.
Al
iniciarse el turno matutino, los despachantes con los reembarcos, se presentaban
en el mostrador a reservar funcionario. Luego se dirigían a las oficinas
portuarias para el trámite oportuno. El camionero hacía cola en el depósito y
con los papeles autorizados iniciaban la carga. En su gran mayoría todavía no estaba
conteinizada por lo que depositar sobre el camión, enlonar y atar implicaba un
trabajo de tres o cuatro horas.
En
esa espera y ganando tiempo, en la oficina aduanera rápidamente se arreglaba un
almuerzo. Enseguida de tomar el turno, el designado, había ido al supermercado más
cercano, compraba los ingredientes e iniciaba la faena.
El de esta oportunidad al que también le decían: “huevo de pascua” era
famoso por los guisos y su más acreditado, el de grapa. Un día una compañera de
muy finos modales, le pidió la receta.
Ella
en un escritorio al lado del jefe, ordenaba documentos, emitía guías de tránsito
y administraba los recursos humanos. Mampara mediante, el cocinero empezó a
cantar la fórmula del alabado potaje.
-
Corto
la carne en trozos y la macero en grapa con limón. Pico la cebolla, el morrón y
la reservo rociadas con un chorrito de grapa con limón, y la compañera anotaba.
-
Sofrito
los vegetales y le tiro un chorro de grapa con limón y la fórmula se seguía
asentando en papel.
El guiso tenía carne, verduras típicas, salsa de tomate y arroz. En cada
paso en el oficio de la receta, el encargado de las ollas indicó sumar grapa
con limón. Así quedó asentado. En total necesitó unas cuantas medidas del destilado
de uva producido en ese entonces por Ancap.
A
las 10 y algo de la mañana el guiso estuvo pronto y se sentaron a comer. Sabia
glorioso, un aplauso al guisandero y el comentario de M.
-
que
rico tu guiso, le pusiste mucha grapa y no se siente nada.
El Negro que tenía mundo, experiencia y calle, se sonrió mientras daba
cuenta del plato y lo repitió.
Todos
sabían de la picardía menos la compañera. Hasta el primer camionero que llegó a
la oficina anunciando estar pronto para salir a Colonia, ligó porción. Se lo comió
rápido y escuchó los halagos de M. Quedó con la duda.
Ya
viajando por ruta 1, el chofer le preguntó al Negro, ¿cómo disimuló en la olla
tanta bebida? El cocinero se acarició su vientre prominente y exclamó medio
somnoliento: ¿la grapa? La tengo acá.
Cualquier
parecido de todo esto, en la segunda mitad de 1980, con la realidad, es mera
coincidencia.