Eran las 7 de la mañana y Don Carlos tenía en la mesa del patio un fenomenal cordero, comprado a Luis Bianchi, un productor rural amigo de la zona del Camino del Medio. Lo adobaba. Preparaba un mejunje con sal, mucho ajo más vinagre y cubría todo el bicho, especialmente cuartos y paletas. Sus dos hijos mayores, dormían, se habían acostado una hora antes, por que estuvieron de baile en el Club Unión con Mamma Mia, un clásico sabatino. La mañana estaba fresquita y los carros comenzaban de a poco a salir de las barracas situadas cerca del río hacia el Estadio Cerrado, lugar de partida del desfile matinal de la Fiesta de la Primavera de Dolores.
De repente todo se alborotó, un timbre alertó la morada, afuera gritos nerviosos y el clamor desesperado de un padre. ¡¡¡Se nos rompió el eje de la carroza, estamos a media cuadra!!! ¿No podrá soldarlo? Era la política del herrero, dueño de casa, no involucrase en el armado de ningún carro, a pesar de que los hijos tenían los suyos, ya que los clientes se podrían llegar a molestar por un eventual favoritismo pero la ocasión quedaba fuera de aquellos principios. Era una emergencia, carro y clase, principales actores y había que dar una mano.
¡Levántense! hay que ayudar, les ordeno a los hijos mal dormidos. Así los tres, sacaron del taller la eléctrica y otras herramientas y la llevaron por Río Negro hacia Varela. El escenario era desolador, algunas chicas lloraban, una madre rogaba por un milagro y de la familia Buscio apareció otra ayuda; ahí se enchufo el alargue que dio energía a la soldadora. Ah! me olvidaba, el vecino de enfrente, el camionero se arrimó con un extinguidor, no fuera a ser que una chispa detonara un desastre arruinando mucho y hermoso trabajo. En un acto reflejo don Carlos se puso su delantal de cuero de cerdo, el que le repelía las chispas del electrodo, se tiró bajo el carro, puso un gato, levantó la plataforma y gritó, ¡maquina!. Señal clara de cerrar el circuito eléctrico. El humo delataba fuego, eso era metal fundido y un eje volvía a soportar peso, se lograba el movimiento, recobraba vida. La alegoría por fin continuó su marcha. Luego don Buscio comento: está bueno el carro aunque hablan de un sexto que tiene uno para Gran Premio ¿es el de su hijo Don Carlos?
El artesano volvió al taller, ordenó las herramientas y encendió la radio, ya estaban transmitiendo. Tranquilo y para que fuera haciendo brasas prendió la parrilla, agarró el mate y con doña Lila se fueron hacia calle Artigas. Le gustaba tener una primera visión del desfile no bien este arrancaba. Luego se corría a su hogar y en la vereda, ubicaban muchas sillas. Se sentarían propios y extraños, estoy hablando de Puig, por donde bajaba la procesión.
La caravana en aquel entonces era lenta, entrecortada y era encabezada por el carro de la Reina y su séquito, lo manejaba el Pelo Tregarthen. A continuación las bandas musicales y los móviles radiales. En el de Difusora Soriano, Barbitta era la mesura del relato, en radio San Salvador el paroxismo al micrófono a cargo del Pelado Andriolo.
Después de eso los carros. Son plataformas impulsadas por tractores, donde se monta la escenografía en una temática asociada a la estación de las flores. En esa base, se sitúa la princesa, elegida como aspirante al soberano cargo de belleza del concurso. Sus compañeros de clase en tanto, ataviados acorde a la ocasión desarrollan alrededor una coreografía a tono. Entre el pasaje de estas expresiones, hay tiempo suficiente para que el herrero se corra al parrillero y arrime brasas al ovino.
A pesar de ser el segundo fin de semana de octubre, el calor se hace sentir en ese mediodía, lo sufre especialmente la estudiantina. Es el turno del barrio, cuando el agua fría solidaria de los vecinos aplaca la transpiración de los actores.
La primera parte concluye en la Península, mucha gente se traslada hacia ese destino. Puig comienza a quedar sin espectadores y en aquella casa, la del artesano, doña Lila aliña las ensaladas cuando llegan los parientes que habían observado la celebración instalados en la Plaza principal. Con el saludo sale la primera ronda de chorizos picados. Habrá tiempo para disfrutar de otras menudencias, mientras se comenta el nivel del espectáculo callejero. Luego a la hora de la mesa se dispondrá del cordero, ofrenda del encuentro, más sus guarniciones y de postre, ensalada de fruta. Y que nunca falte, el vino, para brindar por presentes, por ausentes y por la gloria de la Fiesta de la Primavera, que congrega, une, alegra y muestra mucho, de lo mejor de todo un pueblo.
Yo lo viví, nadie me lo contó.
De repente todo se alborotó, un timbre alertó la morada, afuera gritos nerviosos y el clamor desesperado de un padre. ¡¡¡Se nos rompió el eje de la carroza, estamos a media cuadra!!! ¿No podrá soldarlo? Era la política del herrero, dueño de casa, no involucrase en el armado de ningún carro, a pesar de que los hijos tenían los suyos, ya que los clientes se podrían llegar a molestar por un eventual favoritismo pero la ocasión quedaba fuera de aquellos principios. Era una emergencia, carro y clase, principales actores y había que dar una mano.
¡Levántense! hay que ayudar, les ordeno a los hijos mal dormidos. Así los tres, sacaron del taller la eléctrica y otras herramientas y la llevaron por Río Negro hacia Varela. El escenario era desolador, algunas chicas lloraban, una madre rogaba por un milagro y de la familia Buscio apareció otra ayuda; ahí se enchufo el alargue que dio energía a la soldadora. Ah! me olvidaba, el vecino de enfrente, el camionero se arrimó con un extinguidor, no fuera a ser que una chispa detonara un desastre arruinando mucho y hermoso trabajo. En un acto reflejo don Carlos se puso su delantal de cuero de cerdo, el que le repelía las chispas del electrodo, se tiró bajo el carro, puso un gato, levantó la plataforma y gritó, ¡maquina!. Señal clara de cerrar el circuito eléctrico. El humo delataba fuego, eso era metal fundido y un eje volvía a soportar peso, se lograba el movimiento, recobraba vida. La alegoría por fin continuó su marcha. Luego don Buscio comento: está bueno el carro aunque hablan de un sexto que tiene uno para Gran Premio ¿es el de su hijo Don Carlos?
El artesano volvió al taller, ordenó las herramientas y encendió la radio, ya estaban transmitiendo. Tranquilo y para que fuera haciendo brasas prendió la parrilla, agarró el mate y con doña Lila se fueron hacia calle Artigas. Le gustaba tener una primera visión del desfile no bien este arrancaba. Luego se corría a su hogar y en la vereda, ubicaban muchas sillas. Se sentarían propios y extraños, estoy hablando de Puig, por donde bajaba la procesión.
La caravana en aquel entonces era lenta, entrecortada y era encabezada por el carro de la Reina y su séquito, lo manejaba el Pelo Tregarthen. A continuación las bandas musicales y los móviles radiales. En el de Difusora Soriano, Barbitta era la mesura del relato, en radio San Salvador el paroxismo al micrófono a cargo del Pelado Andriolo.
Después de eso los carros. Son plataformas impulsadas por tractores, donde se monta la escenografía en una temática asociada a la estación de las flores. En esa base, se sitúa la princesa, elegida como aspirante al soberano cargo de belleza del concurso. Sus compañeros de clase en tanto, ataviados acorde a la ocasión desarrollan alrededor una coreografía a tono. Entre el pasaje de estas expresiones, hay tiempo suficiente para que el herrero se corra al parrillero y arrime brasas al ovino.
A pesar de ser el segundo fin de semana de octubre, el calor se hace sentir en ese mediodía, lo sufre especialmente la estudiantina. Es el turno del barrio, cuando el agua fría solidaria de los vecinos aplaca la transpiración de los actores.
La primera parte concluye en la Península, mucha gente se traslada hacia ese destino. Puig comienza a quedar sin espectadores y en aquella casa, la del artesano, doña Lila aliña las ensaladas cuando llegan los parientes que habían observado la celebración instalados en la Plaza principal. Con el saludo sale la primera ronda de chorizos picados. Habrá tiempo para disfrutar de otras menudencias, mientras se comenta el nivel del espectáculo callejero. Luego a la hora de la mesa se dispondrá del cordero, ofrenda del encuentro, más sus guarniciones y de postre, ensalada de fruta. Y que nunca falte, el vino, para brindar por presentes, por ausentes y por la gloria de la Fiesta de la Primavera, que congrega, une, alegra y muestra mucho, de lo mejor de todo un pueblo.
Yo lo viví, nadie me lo contó.
Publicado en el Semanario Entrega 2000 en la columna Las Recetas de Marcos Ruella el 8 de octubre de 2010.
Fotos gentileza de Mario Ferreira Organización Publicitaria http://www.mfop.net/ Las mismas fueron tomadas en la edición numero 50 de la Fiesta Nacional de la Primavera, desarrollada en Dolores, dpto de Soriano el día 10 de octubre de 2010.
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