ANDA UN PESO EN EL PUEBLO
En este bendito país, en nuestros pueblos agrícolas, enseguida se sabe
cuándo hay lagarta en un cultivo, si la soja tiene tal o cual peste, del rinde
cosechado. No es mérito excluyente de los medios de comunicación que de manera
periódica dan cuenta de la actividad agropecuaria. También del boca a boca con
origen en el hombre de campo y cuyo eco se siente en el pueblo. Ese dato, es algo así como la fija, de una carrera llamada
vida económica de un pueblo. Tal lo que viene sucediendo en el litoral oeste estos
días. Lo que determinará el humor y el bolsillo de la comarca.
En
Dolores el calor era la constante. No aflojaba nunca, ni siquiera daba tiempo a
que en las madrugadas las paredes de las casas se enfriaran, aunque sea un
poco. De cualquier manera, eso no limitaba el laburo. Aquel herrero era un
hombre severo, a fuerza de trabajo y de horas robadas al sueño, su negocio
había crecido, tenía dos empleados. En las vacaciones sumaba aprendices, dos de
sus hijos, porque no solo debían estudiar también ayudar a parar la olla.
La
premisa del negocio: “las cosas se hacen bien o no se hacen”. A fuerza de
martillazos, soldadura y lima, se crearon puertas, ventanas, muebles y lo que cliente
necesitaba o mejor dicho lo que la cosecha genera.
El
momento de la trilla es cuando el clima da vuelta sus cartas endiabladas y el
juego se muestra en la calidad de lo plantado. Por eso el ambiente general del
pueblo, perdón de la ciudad, era de optimismo.
Se hablaba de los lindos promedios por hectárea, los más viejos lo
expresaban en fanegas, del peso específico, que venía limpio y seco. Las colas
de camiones en las barracas daban cuenta de que la cosa venía lindaza. Con un
detalle. Las calles se llenaban de palomas y gorriones comiendo el grano que se
caía del camión del granel. Es que aquello fue una revolución.
Si
la memoria no falla, por la década del 70 se dejó de levantar el trigo en
bolsas de las chacras, para recibir a granel. Los talleres llegaron a trabajar
hasta en doble turno en la transformación de las cajas. Al tiempo que se
fabricaban tornillos y tolvas.
Mucho trabajo y se nota. No era raro, que un productor se detuviera en
el taller, medio apurado y seña un juego de patio para la patrona con fecha
precisa de entrega, tiene que estar pronto en navidad.
La
fragua se prendía, no importaban los 40 grados en el ambiente. Mientras uno de
los hijos da manija avivando el fuego, el otro corta las varillas y las endereza.
El padre maneja el fierro casi fundente para generar rulos, eses, con la ayuda
de la bigornia y la diestra maravillosa manejando el martillo.
No
había tiempo que perder. Aprovecha, manda al tercero, al más pequeño a la
carpintería de D´Andrea, quiere saber si las cármicas están prontas para el
juego de comedor requerido por otro paisano.
La
respuesta es clara, dice Alberto que mañana las saca de la prensa y quiere
saber si te puede mandar un camión para hacer una caja, él se encarga de las
maderas.
A
falta de celulares y teléfonos en ese tiempo, los guachos chicos en bicicleta
eran los mensajeros de la época.
Entonces,
la pausa en las medias tardes, la madre llamaba a su prole a la cocina, esperaban
unos tazones enlozados, grandes, con el recién colado mate cocido y rebanadas
de telera rebosantes de dulce casero. Si, me parece sentir el olorcito de la
yerba.
En eso, entró al taller el albañil Rico, director técnico los fines de
semana de su querido baby futbol de Nacional, lo embromaban por un
circunstancial tropezón. Ya en la charla seria, coordinan con el patrón para
ver una obra donde en la ochava instalarán una puerta de dos hojas, tiene que
ser rápida, porque el electricista Castromán ya enhebró los cables y el
comercio inaugura el 5 de enero.
Todo eso es una muestra, quizás pequeña en la macroeconomía de la nación.
A escala local, a fin de mes, que digo, en la paga del sábado engorda más de
una billetera. Hasta los hijos recibían su sueldito para que fueran aprendiendo
lo que es la vida, que luego podían materializar de muchas maneras, como unos zapatos
que se lucieron orgullosos en el baile de la Agropecuaria.
Es que aquella tierra fértil, sin olvidarnos del esfuerzo del productor
y la tecnología, cual madraza indulgente y cariñosa, más que menos, permitía la
cosecha, esa recolección de frutos como resultado de sus cualidades.
Dicen
que Dios baja a la tierra, por el altar de la sierra en Minas y en abril, en
búsqueda del paraíso, que en diciembre es Soriano.
Así
el pasado jueves, venía por ruta 2, hacía rato había dejado Dolores y cerca de
Rodó, hice un alto en el camino. Me metí en la entrada de un campo a mirar la
sábana dorada. Una cosechadora estaba atorada en el potrero levantando el grano
embarazado de harina. Despacito salía un camión con zorra, el chofer me gritó,
¿todo bien? Le levanté el pulgar y le grité: hermano, todo bien, si estoy
feliz.
No sé si me entendió. Este joven sesentón, volvió a experimentar lo que
hace apenas 50 años, su familia, su ciudad, la región vivió y vive.
El trabajo del hombre de campo genera recursos y se derrama en la
sociedad en la forma de más trabajo, más progreso, más gente honesta, más
tributos para la nación. Nada de arriba.
Fue cuando en Rural escuché a Milagros decir la consigna del día: ¿lo
que más me gusta de mi país? Te respondo atrasado. La cosecha viene linda, hay
laburo, alegría en la gente, anda un peso en el pueblo.
Columna emitida en el programa Abrazo País, CX
4 Radio Rural, el 25 de noviembre de 2023.
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